-Recuerda Gisele, no te pases con la fiesta.
Si tú lo supieras mamá…
-Claro, sólo un par de amigos, nada escandaloso. Además, es la fiesta de todos los años, no creo que pase nada si hacemos un poquitín de ruido. ¿Verdad papá?
Mi padre llevaba unos días raros. Más de lo normal. Estaba en su propio mundo, y ahora que se iban de viaje, parecía como ido. Paseó la mirada desde mi madre hasta mí, como pensando a quien apoyar, si a mi madre, que tendrá que aguantarla durante el viaje, o a su única, preciosa, y encantadora hija.
-Creo que eres lo suficientemente adulta como para saber el límite, Gisele.
Toma. No se puede competir con el amor de un padre.
-Pero Arman…
-Por más que le digamos que no haga ruido, va a hacer lo que quiera. Pues bueno, ella sabrá.
-Gracias papá, eres el mejor.
Sé que soy muy pelota, pero es que tener la aprobación de papá, es como contar con tu jet privado al paraíso.
-Ten cuidado Gisele, no quiero rollos, y encárgate de recordarles a tus amiguitos que nuestra habitación, queda ESTRICTAMENTE PROHIBIDA.
-Lo de mamá, pero me aseguraré de dejarlo más claro aún.
Nos quedamos los tres en el umbral de la puerta. Ellos con rostros preocupados, y yo… ¡Qué se vayan ya!
-Pásalo bien cariño, te llamaremos cuando aterricemos en París.
-Bon voyage papis.
Tres, dos, uno y click. La puerta se cerró, y me quedé sola.
-Alexa, pon Spotify, que empiece la fiesta.
Sentía la adrenalina subir por mis venas. Me aseguré de tener el disfraz listo, para cuando llegue la hora ponérmelo y hacer de buena anfitriona.
Como es una fiesta de disfraces, elegí el mítico disfraz de ángel, con sus alas y su vestido corto de seda, con un toque personal, una corona de plumas y piedras de Swarovski. Si nunca antes habías visto un ángel, aquel sería el momento idóneo.
Bajé a la bodega familiar. Esta semana, entre unos y otros, nos encargamos de comprar todo el alcohol que fuera posible. Veía la luz opaca de la bodega incidir sobre el cristal de ese líquido ardiente. Había botellas de todo tipo. Desde ginebra, whisky, ron, hasta tequila y vodka. Todo un cargamento para la fiesta más esperada. Empecé a subirlas una por una y colocarlas en las mesas que dispuse en el gran salón.
No me esforcé en añadir mucha decoración, un toque íntimo, unas luces a modo de lluvia, y velas. A diferencia de otros años, este me parecía más melancólico. Más como una despedida.
Miraba nerviosa e impaciente el reloj, mientras me tomaba un Martini cargado y elegía la lista de reproducción para esa noche. Quedaba menos de cuatro horas.
Había confirmado todo el mundo, pero tenía un presentimiento, una inquietud de que iba a pasar algo. Me tomé la copa de un trago. Subí el volumen de la canción que sonaba en ese momento y empecé a subir las escaleras mientras me quitaba prenda por prenda.
La noche prometía.