Esta película es un goce. Si te gusta el terror/horror, claramente esta película es para tí. Pero lo realmente interesante es que la trama no se queda en un crowdpleasure con los consecuentes sustos fáciles, va mucho más allá, y para (agradable) sorpresa de todos, la directora le da una capa, maravillosamente sutil, de humor negro que hace de esta película una experiencia sublime. Una delicatessen.
La primera película de la directora Rose Glass es una genialidad. Mezcla los elementos comunes de las películas de terror clásicas que abordan directa o indirectamente el poder de la fé, católica en este caso, que se vuelve obsesión, una fe que se vuelve una tortura carnal. Los ideales cristianos como elementos demonizadores del cuerpo y el deseo. La misma fe es la catalizadora de sus propios males, la que crea sus propios demonios. Así se manifiestan en la protagonista de “Saint Maud”. Un alma rota en busca de su propia redención y ascenso a los cielos del perdón, la bondad, la vida eterna y, como no, la asexualidad.
Una trama que va acumulando tensión según avanza la relación entre la protagonista y su némesis, una mujer enferma terminal, que fue una bailarina famosa internacionalmente y que tiene relaciones homosexuales. Dos mundos enfrentados por tener la razón. En esas idas y venidas se mantiene la trama. Morfydd Clark y Jennifer Ehle se baten en un duelo actoral en el que las dos salen ganando. Bajo la batuta de la directora Rose Glass el duelo interpretativo se convierte en dos mundos ideales colisionando y centrifugando para explotar en un final épico.
Parece totalmente simbólico el estreno de “Saint Maud” la última semana de un año en el que nos hemos enfrentado, como sociedad, a un peligro “desconocido” para el que no estábamos preparados. Un peligro que ha provocado la misma polarización y centrifugado hacia la radicalización de los ideales hasta llegar a una alarma social de importante calado.
