Desde que empezó la primera oleada de casos de Covid en España ha quedado claro tres cosas: la primera, que la sanidad pública es impecable; dos, que sin entretenimiento la ciudadanía se vuelve loca y depresiva; y tercero, tengo motivos para decir que la clase política es imbécil.
Sobre el tercer punto no voy a extenderme mucho, cada región puede señalar fácilmente quién es responsable de que algo funcione, no funcione o lo haga mal. Y por ende es una percepción subjetiva. Cada uno a sus conclusiones.
Sobre el punto uno está claro que la sanidad y sus profesionales son un bien que como sociedad debemos apreciar más, exigir más recursos a la investigación de las ciencias del cuidado no debería necesitar defensa, porque no me entra en la cabeza que nuestros dirigentes no los hayan cuidado suficiente.
Deberían tener derecho a compartir su talento
Pero esta carta la escribo desde mi más profundo enfado, el visceral. En nuestro medio hemos defendido y defenderemos a los artistas, un colectivo que sin ella se muere nuestra cultura. En las salas que consideran “prescindibles” reina el silencio, ya no hay risas, aplausos, ni instrumentos. Nuestro país muere el día que los artistas quedan relevados al silencio.
Me cuesta creer que todo el talento, el esfuerzo y su trabajo no signifique absolutamente nada. Mientras pasamos el primer confinamiento es la música la que nos mantiene estar cuerdos, el teatro y la ficción quiénes nos da la libertad de soñar y las risas, ¡qué haríamos sin ellas!
En marzo pasó delante de mí pensando que acabaría pronto, en abril me hundí emocionalmente, en mayo entré en crisis de ansiedad por no poder salir y sentirme encerrado, en junio daba por hecho que no volvería a trabajar. Para mí esos meses pudieron ser peor si no tuviera esta revista, escuchar canciones nuevas cada semana o viendo un estreno en alguna plataforma de streaming. Y si, la cultura me salvó.
Hoy mi colega Guillem Estadella, cómico y guionista, se ha subido a un tren de RENFE para hacer su show, el que no pudo estrenar porque su sala está cerrada.
Ese acto reivindica dos cosas: primero, que debería tener derecho a compartir su talento y que si cierran una sala porque 50 personas podrían contagiarse, cuando su aforo natural es de 300, no tiene mucho sentido; y que la gestión del transporte público es paupérrimo, trenes llenos de pasajeros arriba y abajo.
En este punto diré que junto a él se habían subido miembros de seguridad y controladores que a los diecisiete segundos de comenzar lo han hecho bajar del tren. No digo que haya hecho nada bueno o malo, solo que se oiga su reivindicación, la cultura no es prescindible, las salas y sus artistas necesitan comer y por muchas ayudas, la administración es lenta y a veces ineficaz – pregunten a la Seguridad Social y la gestión del paro estos últimos meses-.
En conclusión, privar al sector cultural, a los artistas, poder mantener su actividad económica, que no es para vivir cómodamente, es equiparable a matarlos lentamente y me niego a quedarme en silencio.
