La historia, basada en hechos reales y escrita por Mateusz Pacewicz, tiene la estructura efectiva de un drama conmovedor y costumbrista. Daniel consigue lo que ansía pero no como esperada. En ese cómo, reside la proeza cinematográfica de está maravillosa película. A nivel de encuadres y coloración es perfecta, no hay detalle que se le escape al director, al polarizar las dos personalidades de Daniel a través de simetrías y contrastes de luz.
A nivel de guión, comienza con un joven en un centro de menores intentando rehabilitarse de sus excesos y malos hábitos. Con enemigos al frente y un sacerdote que más que su guía parece su amigo, logra salir del centro e irse a una fábrica a las afueras de Polonia. Al llegar al pueblo, con sotana en mano, pide ver al rector de la parroquia. Con ingenio evade su verdadera condición ( no es sacerdote) y ejerce como nuevo párroco del pueblo.
Detrás de la sotana, descubrimos un dilema entre lo que es correcto a ojos de la iglesia y lo que en sí es lo correcto en la sociedad. Pues el pueblo dónde ejerce sus aclamadas eucaristías, esconde una tragedia y resentimiento profundo hacia uno de sus feligreses. Aquí es donde la película se torna más oscura y el drama conmovedor se vuelve una constante lucha entre lo que es políticamente correcto y lo que no. Hasta tal punto de juzgar la propia religión y volver a la pregunta de siempre, ¿Se trata de religión o de fanatismo desmesurado?
Nominada a mejor película extranjera en los Oscars de 2020, esta joya polaca merecía estar en pantallas y gracias al BCN Film festival hemos podido disfrutar de ella.